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2.02.2009

Pulperías y almacenes de Buenos Aires


Para recordar todas las que se registran en la historia de Buenos Aires, debemos remontarnos hacia el primer cuarto del siglo XIX.

En esa época, cuando aún los pulperos eran españoles, los criollos comenzaban a realizar sus primeras incursiones comerciales en el ramo; entonces, existía en la esquina de Perú y Venezuela la llamada Pulpería del Poste Blanco, por el color con que estaban pintados los postes del palenque.

En la esquina de Federación y Ombú, según la nomenclatura del año 1836 —Rivadavia y Pasco—, se encontraba la vieja pulpería Aleu; otra recordada pulpería fue la de Villarino, ubicada en la manzana ocupada más tarde por el Mercado del Plata.

La Pulpería del Caballito es la de mayor renombre, pero quedará casi olvidada, estaba situada en la esquina de Rivadavia y Emilio Mitre, pero a pesar de casi no recordarse tal pulpería, sí sentó la huella para darle el nombre al barrio porteño actual en esa zona: Caballito.

También recordamos por esa época la Pulpería de la Banderita, ubicada al final de la calle Larga, junto al Riachuelo, que era frecuentada por Esteban Echeverría. Se la recordó durante muchos años, además, porque sobre la calle Larga, se corrían las carreras más famosas de la época, que finalizaban en otra pulpería: Tres Esquinas. Fue en La Banderita, que Ángel Gregorio Villoldo, abandonó el chiripá por el pantalón a la francesa en el año 1880 ( Los grandes planos de la ciudad de Buenos Aires, A. Taullard, 1940).

Tres esquinas

Si existía una pulpería para la largada de carreras, no podía faltar otra en la llegada de la cancha. Tres Esquinas fue, durante mucho tiempo, punto de reunión de los hombres de Barracas y de la Boca que conducían ganado a los Corrales del Sud. La inmortalidad le llegará a esta pulpería por el éxito de un tango en 1940:

Yo soy del barrio de Tres Esquinas
Viejo baluarte del arrabal


La Banderita y Tres Esquinas son el símbolo de Barracas.

La blanqueada

Tan antigua como La Banderita, esta pulpería es el símbolo de otro barrio: Nueva Pompeya. Allí también se detenían los reseros y matarifes que llegaban hasta el puente de La Noria.

Enrique Cadícamo la recuerda en uno de sus versos (Poemas del Bajo Fondo, Viento que lleva y trae, pág. 101, Peña Libro Editor, 1964).

Salga el sol, salga la luna.
salga la estrella mayor,
la cita es en La Blanqueada,
nadie falte a la reunión (…)

Recordando otra estrofa:

Boliche La Blanqueada…
Testigo del pasado, mi recuerdo te evoca.
Hoy eres la tapera que ha enclavado
la esquina brava de avenida Sáenz y Roca.


Allí, en la barriada de Puente Alsina, cercano al barrio de la Ranas, entre compadres y malevos, La Blanqueada era como el club social de los pobres, finalmente, según la guía Kraf del año 1899, la pulpería se convirtió en una chanchería, donde se preparaban todo tipo de embutidos, en ese momento, los propietarios del local respondían a la firma Bautista Selles y Cía.

Los años de La Blanqueada, son tiempos en que la payada es el género popular de la literatura que recorre los barrios, pero ya se va anticipando la forma poética que conducirá a las letras de tango. Por allí pasaron Gabino Ezeiza y Bettinotti. La Blanqueada es un reducto de criollaje cuando ya en Buenos Aires estaban residiendo 800 000 inmigrantes que modificarían las costumbres de los porteños.

La Otra Blanqueada

Tal vez, debería llamársele “la segunda”, estaba ubicada en la intersección de Rivadavia y Bariloche, en el barrio de Liniers, en terrenos que pertenecían a la familia Furt.

Su propietario fue un vasco llamado Miguel Echechiquia, quienes concurrían a la pulpería eran por lo general lecheros de la zona que se acercaban a La Blanqueada con el doble objetivo de lavar los carros, los recipientes y los animales y dejar en depósito el dinero de las recaudaciones diarias.

Según Udaondo, a esta pulpería se acercaban unos trescientos vascos que habían casi convertido a La Blanqueada en un banco privado (Plazas y calles de Buenos Aires, Ediciones de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, 1936).

La Figurita

En principio fue una posta, donde se acercaban aquellos carruajes de las familias que a mediados de siglo viajaban de Buenos Aires a Morón. Estaba en el barrio de Flores, sobre el camino Federación (hoy Rivadavia).

Pulpería de María Adelia

En junio de 1880, en buenos Aires se definía la lucha entre roquistas y tejedoristas, y la meseta de Corrales se cubrió de muertos

Centro de esta acción fue, precisamente, la pulpería de María Adelia.

Los días de junio de ese año acrecientan la lucha por la federalización de Bs. As. Y el campo de batalla de los Corrales convierte a la pulpería María Adelia en un hospital. Su patio amplio, antes expresión de alegría, debe cumplir en esos momentos la triste misión que le han impuesto las circunstancias.

Hay una cuarterta que la recuerda de esta forma

En lo de María Adelia
Hay ginebra y vino puro
Y para salir de un apuro
Nunca falta un guitarrista.


Almacén de la Milonga

Durante el gobierno de Sarmiento —comenta Leopoldo Lugones— malevos como el gaucho Pajarito, el Tigre Rodrigo o el Negro Villariño, elementos destacados de un mundo semiprófugo, probaban su valentía como guardaespaldas de políticos (Historia de Sarmiento, pág. 245, Editorial Bajel S. A., 1945).

Estaba ubicado en la esquina, según la guía Kraft del año 1885, en el número 4002 de la calle Charcas. Su propietario era un gringo llamado Criscuolo. En ese lugar se consagraría un payador eximio: Nemesio Trejo.

También visitó este “boliche” Leandro N. Alem, siempre acompañado de otras figuras importantes de política argentina: Aristóbulo del Valle, Dardo Rocha. Miguel Cané también frecuentaba esta Milonga.

Almacén del Pobre Diablo

Hay dudas sobre la ubicación de este lugar. Juan Silbido, en Evocación del Tango, pág. 147, Fondo Nacional de las Artes, Bs. As., 1964; lo ubica en el bajo de la Recoleta; mientras que para Tullard, en Los grandes planos de la ciudad de Bs. As, Plano Aymez; estaría en la avenida Alvear, rodeado de un enmascarado bosque de sauces, en cuya cercanía andaban los pescadores cuidando sus redes.

El Rancho del Pobre Diablo, a mediados del siglo XIX era atendido por un viejo marinero irlandés —exsoldado de las invasiones inglesas—. Allí asistían los liberales de la época.

Almacén Suizo

En los principios del siglo XIX, los payadores se acercaban a este sitio, entre malezas y yuyos, en lo que hoy es la esquina de Corrientes y Pueyrredón. Allí se floreaba un dúo que atraía a los muchachos porteños por su repertorio picaresco: Ernesto Poncio y el cieguito Aspiazu, con bandoneón y guitarra. También allí estaba la fuerte personalidad del Pibe Ernesto, que siempre estaba dispuesto a cualquier guapeza. Este almacén se convertiría en un baluarte para el avance del tango.

Almacén de la Viuda

Estaba ubicado en la esquina de Humahuaca y Gallo. "Eran tiempos felices del tango de Aróstegui; el Apache Argentino hacía furor en los barrios que se alternaba con las riñas de gallos"; nos cuenta Cadícamo en Poemas del Bajo Fondo.

Almacén de San Juan y Loria

“La mesa del viejo almacén, trasmutado casi en café, se ha colmado esa noche en que ninguno de los muchachos quiere estar ausente; llega Homero Manzi; la imaginación se ilumina y creemos ver a Sebastián Piana, soñando sonidos musicales para sus tangos; junto Piana, se encuentra aquel hombre taciturno y enternecido por la inspiración de alguna letra: es Antonio Sureda, junto a su hermano Jerónimo; frente a ellos, Cátulo Castillo sueña con Musseta y con Mimí (Arturo Jauretche, “Comunicación a la Academia del Lunfardo N.º 62")

También en esas mesas estuvo Enrique González Tuñón.

Fue un almacén – bar símbolo de una parábola histórica que enlaza la vieja pulpería con el café.