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9.26.2008

Supersticiones del Río de la Plata (4)

Capítulo 9 - Salamancas

El acceso al interior de las salamancas, a la manera de los templos o escuelas mágicas del Egipto y del Asia, está, por lo general, vedado. Para merecer y poder entrar en ellas, es necesario revestirse de mucho coraje y de mucha indiferencia a todo cuanto rodee y sea capaz de hacer impresión leve o vehemente en los sentidos y en el ánimo del aspirante, que debe tener al intento la impasibilidad de un estoico. Pruebas terribles, aparatos y ceremonias magníficas, que traen a la mente las que usaron los pueblos de Oriente y las que diz que usan los masones en la recepción de sus neófitos, esperan al sujeto que quiere iniciarse en los misterios de la salamanca. [...]

[...]Cuentan que hubo un hombre que, siguiendo los consejos de un amigo, se propuso ir a buscar a una salamanca los medios de ser feliz, que no creía ni encontraba fáciles de hallar en el mundo. Para el efecto, encaminóse, con arreglo a las instrucciones que del amigo recibiera, hacia el ocaso, a puesta del sol. Después de nadar un largo trecho, sin saber cómo ni cuándo, topó de manos a boca con dos formidables yaguaretés, o tigres del país, que estaban peleando enfurecidos. El peregrinante debía proseguir su camino, sin temor, sereno, imperturbable, entre los mayores peligros o daños que pudieran amenazar u oponérsele al paso. Así lo hizo; y pasó inmune por entre las ensangrentadas uñas y colmillos de los dos tigres horripilantes. Halló enseguida dos bravísimos leones despedazándose; y por entre sus garras y sus dientes pasó tranquilo y pausado, sin que la más mínima lesión hubiese herido su epidermis. Luego pusieron en inminente peligro la vida del caminante las desnudas espadas de dos irritados combatientes; pero entre las cuales pasó él, sin embargo, ileso. Más adelante se halló en medio de una espaciosa campiña alfombrada de césped, asombrada con esbeltos árboles frondosos, esmaltada con floridas plantas odoríferas que encantadoras ninfas cultivaban, cubierto el cielo de bandadas de pájaros maravillosos por la hermosura de su plumaje y su dulcísima melodía de su canto. Pero el peregrinaje debía de ser tan insensible a los atractivos de la belleza y de los halagos más eficaces o tentadores, como indiferente a los peligros y a las cosas que mayor repulsión causan ordinariamente al hombre. ¿Quién creyera, conociendo la condición humana, que también en esta parte había de cumplir al pie de la letra el peregrinante las instrucciones que le diera aquel amigo suyo ya iniciado en los misterios de las salamancas? Nada le valió empero el sacrificio heroico que hiciera de los más legítimos afectos, la constancia con que sobrellevara los más temibles trances que pusieron a prueba su fortaleza e inmutabilidad durante su peregrinación por sendas y regiones nunca holladas de su planta. O alguna vez flaqueó, cuando menos con la intención, siempre insegura en medio de tantas solicitaciones como las rodean al hombre en el mundo y le rodean a él en la subterránea mansión de los seres encantados; o el destino, contra el cual vana en toda resistencia, le conducía ineludiblemente a un término fatal en una vida llena de peripecias crueles. Entre estas tinieblas, tras larga jornada, apersonósele un individuo que por la voz y gravedad con que hablaba conoció ser un anciano, quien, haciéndole sentar, preguntó qué buscaba y qué quería. Luz, dijo el peregrino. ¿Qué clase de luz? repuso el anciano, ¿blanca o negra? Maquinalmente, sin hacerse cargo de las consecuencias que pudiera traer una respuesta inconsiderada, sin pensarlo, respondió: negra. El anciano colgó del cuello del peregrino una bolsita que contenía un negrillo de palo, diciéndole: ahí tienes lo que me pides. Una serie no interrumpida de contrariedades y amarguras ocasionadas, ora por lo que se llama desgracia o mala suerte, ora por propia imprudencia, por propio vicio y por propia malicia; tal fue la vida del peregrino, después de su salida de la salamanca.

La luz negra, que, junto con los rayos visibles, a los ojos de la ciencia ilumina los espacios, concurriendo poderosamente a la vida universal, para el mago y para el vulgo surge de los abismos y envuelve al hombre en lúgubres sombras de muerte que le hacen desgraciado en el mundo. [...]

[...]Salamanca, tratándose de cuevas mágicas o encantadas, no es otra cosa etimológicamente que el nombre sustantivado de la antigua y célebre ciudad que como propio le lleva en España. Hubo en términos de Salamanca (y sin dudas habrá más aún) una cueva llamada de San Cebrián, famosa de antiguo por la creencia vulgar de que allí enseñaban la nigromancia y otras artes de encantamiento. Conociósela también en la Península por el nombre liso y llano de cueva de Salamanca. [...]

[...]El insigne dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón compuso también una comedia con el título de La cueva de Salamanca. Otros muchos escritores de más o menos nombradía contribuyeron a hacer proverbiales, en son de burla, mediante graciosas escenas y descripciones, la ya vulgarizada patraña de la cueva de Salamanca.

El vulgo complacíase en tales consejas; pero el más crédulo no por eso dejaba de tomar a lo serio las cosas. No era solo la de Salamanca, sino también la de Toledo, cueva encantada famosa. Decían que en una y en otra se había enseñado la magia en tiempos de los sarracenos. Después de la expulsión de los oros, continuó asociada a esas y muchas otras cuevas la idea de los encantamientos.

La fama de las maravillas de que era testigo el que visitaba la misteriosa cueva de Salamanca, extendiéndose por toda España, pasó a los mares de Occidente en boca de pobladores del Nuevo Mundo, cuyas cavernas llenaron de encantadores y adivinos. La cueva de Salamanca produjo así en América no corto número de salamancas. [...]

[...] Aunque las salamancas de que se trata sean originarias de la Península, no por eso ha de creerse que toda cueva encantada tenga la misma procedencia; pues no pocas hay en las regiones del Plata, así como en el resto del continente, que fueron reputadas albergue de prodigios por los naturales que antes del descubrimiento poblaban la tierra, y en ellas asimismo establecieron su escuela y su oratorio los magos indígenas, mensajeros y ministros de añanga, de gualicho y otras divinidades representativas del demonio. ¿Qué superstición habrá que, nacida en el Viejo Mundo, carezca de otra análoga o semejante en el Nuevo Mundo? La condición humana y la naturaleza exterior en todas partes son idénticas. Variarán los accidentes, ofrecerán diversas particularidades; pero, en el fondo, el que nació en Europa hallará en el Asia, en el África, o en la Oceanía, en la primitiva América, reproducidas las mismas cosas. [...]

[...]En cuevas y lugares ocultos, donde rendían culto a su divinidad infernal, a quién invocaban en sus consultas y empresas graves, encerrábanse también, entre araucanos, por largo tiempo, los que aspiraban a iniciarse en las doctrinas y secretos de la magia que los machíes y huecuvuyes practicaban. Allí permanecían todo el tiempo necesario sin ver entretanto el sol, pasando por diversas pruebas, entre ellas las aparentes de arrancarles los ojos y la lengua, para sustituir una y otros con la lengua y ojos de Pillán o Huecuvú (su dios tutelar), y el meterle una estaca por el vientre, sacándola por el espinazo.

Los huecuvuyes o reníes, entre los araucanos, andaban vestidos con unas mantas largas, llevando también largo el cabello. Los que no le tenían naturalmente largo, suplíanle con una cabellera postiza de cochayuyo o de otro filamento vegetal. Vivían separados del concurso de las gentes y durante largo tiempo permanecían incomunicados en lóbregas cuevas de montañas escarpadas. El nombre de Huecuvuyes les viene de Huecuvú, que, del mismo modo que Pillán, representaban una divinidad, que para los nuevos pobladores no significa ni podía significar otra cosa que el demonio, a quien consultaban para dar sus respuestas y ejercer los demás actos propios de su ministerio.

En hondos y secretos soterraños
Tienen capaces cuevas fabricadas,
Sobre maderos fuertes afirmadas
Para que estén así nestóreos años:

Las cuales, en lugar de ricos paños,
Están de abajo arriba entapizadas
Con todo el suelo en ámbito de esteras
Y de cabezas hórridas de fiera.

Pedro de Oña; Arauco domado, Acto II.

Los huecuvuyes sacrificaban víctimas humanas y de animales a su deidad, incesando con el humo del tabaco. Ni faltaban en las cavernas las serpientes y los lagartos, las transformaciones de seres humanos en cóndores y en otras clases de animales, el fuego, los estruendos y otros encantos. Las ramas de canelo, árbol sagrado, figuraban en sus ceremonias, como en las de los machíes cuando hacían sus curaciones. [...]

[...]Los que aspiraban a iniciarse en los arcanos de la magia, entre los guaraníes, sufrían rígidos ayunos, mortificábanse con duras penitencias, absteníanse del contacto con el agua, de toda loción de su cuerpo, de todo abrigo, de toda otra comida que la pimienta y el maíz tostado en cortísima cantidad, en lugares fríos, lóbregos y retirados, donde el demonio acudía a sus fervientes invocaciones. Cuando volvían al mundo, invocábanle bebiendo la yerba del Paraguay, que para el efecto reducían el polvo. [...]

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