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11.27.2009

Itinerario de Juan Baustista Alberdi


Perteneció a la generación fundacional de las instituciones de la República. Fue eminente por la capacidad de anticipación jurídica constitucional y por la decisiva influencia intelectual que ejerció sobre el Congreso General Constituyente entre 1852 y 1854, sentó las bases de la organización política de la Argentina, perfeccionada en 1869.

Nació tres meses después de la Revolución de Mayo, un 29 de agosto de 1810, en San Miguel de Tucumán, en el hogar formado por Salvador Alberdi –vizcaíno que llegó al Río de la Plata- y Josefa Aráoz. Declarada la Independencia en 1816, pidió la ciudadanía, que le fue acordada el 29 de octubre de ese año.

Siempre permaneció en la memoria de Juan Baustista la presencia en Tucumán de Manuel Belgrano, quien: “hizo de mi padre su mejor amigo… Cultivó su amistad y frecuentó su casa. Con ese motivo yo fui a menudo objeto de los cariños del gran hombre”.

A fines de 1824, Alberdi dejó su ciudad natal con rumbo a Buenos Aires, en cuya Manzana de las Luces lo aguardaban el Colegio de Ciencias Morales y la Universidad. En aquel, en condición de becario, realizó los estudios preparatorios, después vendrian los años de la jurisprudencia y de la creación musical, para lo que se mostró bien dotado. También fue en esa época en que muchos jóvenes, algunos llevados como de la mano por Juan María Gutiérrez, se unieron en torno a Esteban Echeverría. De uno y de otro escribirá Alberdi, años después, lo siguiente: “Ejercieron en mí ese profesorado indirecto más eficaz que el de las escuelas, que es el de la simple amistad entre iguales. Nuestro trato, nuestros paseos y conversaciones, fueron un constante estudio libre, sin plan ni sistema, mezclado a menudo con diversiones y pasatiempos del mundo. A Echeverría debí la evolución que se operó en mi espíritu”.

1837 fue un año importante en la vida del joven tucumano. En sus comienzos publicó Fragmento preliminar al estudio del Derecho, en sus páginas desarrollaba ideas que tiempo después ocuparían posiciones concretas. En un domingo de junio quedó inaugurado en la librería de San Marcos Sastre, el Salón Literario; siendo Alberdi, uno de los oradores de la jornada. El 18 de noviembre vio la luz el primer número de La Moda, periódico del que fue principal redactor y en cuyas columnas publicó artículos firmados por “Figarillo”, seudónimo por él escogido como homenaje a la memoria de Mariano José de Larra, el Fígaro español propio, muerto por mano propia meses antes.

En mayo de 1838 se inició el conflicto entre el gobierno de Buenos Aires y el de Francia. Poco después nacería la Asociación de la Joven Argentina, logia de miembros juramentados que deseaban “consagrar sus esfuerzos a la libertad y felicidad de su patria, y a la regeneración completa de la sociedad argentina”. Echeverría, Gutiérrez y Alberdi eran los principales dirigentes de estos jóvenes que ni deseaban subordinarse a ninguna de las antiguas facciones políticas ni aceptar el gobierno de Juan Manuel de Rosas, a quien consideraban imagen viva de la contrarrevolución y el despotismo. De las deliberaciones con el “Dogma socialista de la Asociación de Mayo”, cuyo texto se imprimiría en Montevideo, gestión que se le encomendó a Alberdi. Este se marchó de Buenos Aires el 23 de noviembre de 1838, haciéndolo con la esperanza de pisar suelo nativo en un plazo breve por creer que no pasaría mucho tiempo sin que los veteranos de las guerras de la Independencia y los jóvenes diesen por tierra con Rosas y su régimen. Al irse no pasó por su cabeza la posibilidad de que su alejamiento se prolongase cuatro décadas.

Algo menos de un lustro residió Alberdi en Montevideo, donde fue abogado, creador de obras literarias y periodista. Allí, él, Echeverría y Gutiérrez continuaron siendo los dirigentes del grupo juvenil que, aislados de los viejos unitarios también exiliados, dio vida a la Asociación de Mayo. Junto con Gutiérrez, precisamente, se marchó a Europa en abril de 1843, en momentos en que la amenaza federal se cernía sobre Montevideo, actitud que no le perdonarían algunos de los que hasta entonces habían sido sus amigos y admiradores, Sarmiento entre ellos.

Poco después sobrevino la polémica con Sarmiento, quien, otra vez, estaba en Chile tras haber roto con el vencedor de Caseros. El sanjuanino publicó el libro Campaña en el Ejército grande, y Alberdi comenzó a escribir su respuesta en forma de epístolas, reunidas en un volumen con el título común de Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina, más conocida como Cartas guillotinas, por el lugar donde fueron creadas. Las contestaciones de Sarmiento serán reunidas por este en Las ciento y una. Para Manuel Lizondo Borda, “Alberdi con toda serenidad paró los golpes y dio estocadas mortales con la elegancia del más consumado esgrimista”.

Alberdi dejó Chile a mediados de 1855. El entonces presidente de la Confederación, general Urquiza, lo había designado encargado de negocios ante los gobiernos de Francia, España, Italia e Inglaterra. Desempeñó su misión por casi siete años, dedicando ese lapso a conseguir el apoyo de esas naciones para el gobierno de Paraná. La gestión diplomática de Alberdi concluyó en 1812, tras ser declarado en receso el gobierno confederal y asumir Mitre provisionalmente el Poder Ejecutivo Nacional.

En adelante, Alberdi, que rersidía en Europa, ejerció intensamente su profesión de abogado. En 1865 tomó estado público su apoyo a Francisco Solano López, el presidente de Paraguay cuando este país se enfrentó con la Triple Alianza. Obviamente, esta actitud de Alberdi lo llevó a tener frecuentes choques con sus compatriotas y a ser objeto de reiteradas censuras.

Con el correr de los años –y ya eran muchos los que sumaban su edad- quedó reducido a la soledad, en particular, cuando ya no quedaba ninguno de los que habían fundado la joven Argentina. Mientras tanto, en los armarios se iban acumulando copias de cartas, borradores de artículos y textos originales para componer un libro o un folleto, todo ese conjuntos de manuscritos que se publicarían después de su deceso con el título de Escritos póstumos. En realidad, se haría contra su voluntad porque dejó dispuesto que nada viese la luz y que todo se destruyese. Señalemos que por esta vía fueron conocidos libros como El crimen de la guerra, cuya difusión dio lugar a discusiones aún subsistentes, y un curioso ensayo que propugnaba la restauración monárquica en la América española.

5 comentarios:

Marxe dijo...

Es interesante esto de su final. Hay algo raro en estos escritores o pensadores que no quieren publicaciones póstumas. Creo que si fuera cierto lo quemarían todo o dejarían de escribir. ¿Por qué anticiparse de ese modo? Hay algo de histeria literaria me parece... Besos.

Ana Cristina dijo...

Hola, Marxe.

Sí, siento algo similar. Por momentos me pregunto si son estados anímicos, ya que este tipo de personas, pensadores, escritores y varios más, por momentos creo que sienten que toda su vida ha sido dedicada a una causa y las decepciones son fuertes al enfrentarse con la realidad. También sabemos que esto sucede con los escritores de ficción, y hasta hay casos, como el de Sábato, por ejemplo, que quiso quemar todos sus escritos y, estos se salvaron porque su mujer se lo impidió. Pero también cabe preguntarse, qué sucedió al quedar viudo, que no siguió su deseo y hasta incluso hay libros muy recientes de él. ¿Habrá superado el síndrme de "nadie va leerme, después de la excelente repercusión de sus primeras novelas publicadas con su displacer, como lo es "Sobre héroes y tunbas", que fue salvado de la hoguera por su esposa? Bueno, son sólo interrogantes, tal vez los psicólogos nos puedan dar respuestas más concretas.

Besotes y gracias por pasar (wink)

Unknown dijo...

¡Qué feo queda "tunbas"...!

Sobre todo, en una correctora... (ooops)

My God!!!!!!!! Please!!!!! Help!!!!!

daniel rico dijo...

Imposible no citar a Max Brod, que incumplio el pedido de su amigo de quemar todos sus borradores. Gracias a esta traicion es que hoy podemos leer casi todo Kafka.

Excelente tu blog, saludos!

Anónimo dijo...

Y gracias a la traición de Max Brod, que, por si todo lo que hizo, omitiendo cumplir fielmente la voluntad de su amigo y colega, fuera poco, además lo biografió, sabemos que el gran Kafka no era ningún lunático, como quieren ciertos lectores superficiales de su obra (sino malamente interesados en ella, o asustados por la misma) , sino un hábil combinador de realidad e imaginación: un escritor que hacía 'catarsis jurídica' con la literatura fantástica en lengua alemana.

Alberdi, el compositor de minués, a su manera, tiene momentos parecidos, como en "Luz del día", en artículos periodísticos, o en algunos de los maravillosos ensayos de "Grandes y pequeños hombres del Plata". Cualquiera que se interese por el derecho, la economía y la política argentinas, inevitablemente, terminará acunando sus sueños de libertad en manos del gran tucumano, en especial leyendo muchas de las obras que él no quería se publicasen.

Moraleja: proyectar instituciones libres en una sociedad semisalvaje, o trabajar en una caja de previsión social para casos de accidentes de trabajo en un imperio decadente trae consecuencias literarias. Gracias a Dios, que acaso no exista.

A