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8.13.2008

Los cafés de Buenos Aires. Época colonial (2)


Los cafés en Buenos Aires tuvieron vigencia desde la época colonial. El primer local fue el "Almacén del Rey", que ya figura en documentos oficiales durante el año 1764. José Torre Ravello manifiesta que estaba ubicado en la Recova Vieja. Con el correr de los años, se instaló allí un famoso comercio: "Empanadas Rey", que más tarde se transformó en el café "La Sonámbula".

La primera mención a los cafés que los documentos coloniales registran datan del año 1779, oportunidad en que el virrey Vértiz y Salcedo promulga un auto por el que ordena a las autoridades que dentro del término de 24 horas debían notificar, a la Secretaría de la Cámara de Gobierno, la presencia de toda persona —decía— mal entendida o vagabunda cuya detención se hubiera efectuado en pulpería, casa de truco, cafetería u otro lugar, donde se hallaran jugando a naipes u otra clase de juegos prohibidos. Aquí entonces encontramos, una nueva denominación de esta actividad comercial: casa de truco; pero lo que interesa es la denominación oficial de cafetería. También, antiguos registros que brinda el diario de don José Francisco de Aguirre, ya menciona la existencia de los cafés, confiterías y posadas públicas en el año 1783.

En el siglo XIX, hacia el año 1806, un documento aportado por don José Torre Ravello demuestra cómo estaban jerarquizados los comercios del ramo durante la administración colonial. Los cafés se diferenciaban por el número de villares que poseían. Así están documentados:

Cafés con dos villares

Pedro José Marco
Ramón Aignase
José Mestres

Cafés con tres villares

Domingo Alcayata
Francisco Cabrera
Juan Antonio Pereyra
Martín Castañeda
Antonio Basconcelos
Francisco Turpía (café ubicado frente al colegio San Carlos)
Carlos Sosa
Juan Luis Rizola
José Miguelen
Domingo Mendiburu

Si bien los cafés estaban diferenciados por poseer dos o tres mesas de villar, el asunto que más atraía a los concurrentes era la vida social y las disputas o controversias de tipo político que allí se daban, motivo muy convincente como para que estuvieran clasificados y etiquetados, además, de que el café significó un golpe fuerte para las tranquilas costumbres de la sociedad colonial.

En Lima (Perú), se produjo una reacción similar. El primer café limeño fue autorizado por el virrey Manuel Amat y Juniet en 1771. Estaba ubicado en la Calle del Correo y pertenecía al señor Francisco Serio.

También se sintió el impacto de los cafés en Montevideo (Uruguay), aunque de manera más leve. El primer café en nuestro hermano país se montó en 1792 y su dueño era el francés José Beltrán.

En casi todos los centros poblados de América española, los cafés produjeron un sentimiento dual, asombro y alegría. Las preocupaciones y los trastornos sociales llegaron más tarde. Pero pese a ello se mantuvieron, porque aportaban importantes ingresos que ayudaban al gobierno virreinal.

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