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9.12.2010

César Vallejo, el poeta metafísico


El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y las direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sacude personalmente al escritor de puerta cerrada.
César Vallejo

Por Henry Rivas
http://henryrivassucari.blogspot.com/


El 15 de abril de 1938 fallecía en París el poeta peruano César Vallejo.

César Vallejo, a diferencia de otros poetas, no confiere a su verbo una sola causa, sino muchas. Cada libro es un intento y consecución nuevos. El primero, por ejemplo, Los heraldos negros, trae a la luz la herencia del modernismo, pero apartada del elemento estetizante y purista, aborda también el pensamiento metafísico y la condición del hombre frente al amor, el dolor y la muerte. Los versos de Los dados eternos o de El pan nuestro resuenan en nuestros sentidos como campanas enloquecidas por la llegada de Cristo. Su Dios, el Dios de Vallejo, muestra todas las caras de su humanidad y ambivalencia: Es poderoso y cruel, es emblemático y prodigioso, es injusto y triste. Al final, será el dolor el que redima la orientación del hombre y lo convoque a ser su propio Dios.


Otro de los tópicos vallejianos es la muerte. Le canta a la muerte, al dolor, al hastío, al fracaso; sin embargo, los supera todos en torno a la esperanza, al amor, a es el humanismo que nos canta:




EL PAN NUESTRO


Para Alejandro Gamboa






SE BEBE EL desayuno... Húmeda tierra


de cementerio huele a sangre amada.


Ciudad de invierno... La mordaz cruzada


de una carreta que arrastrar parece


una emoción de ayuno encadenada.






Se quisiera tocar todas las puertas,


y preguntar por no sé quién; y luego


ver a los pobres, y, llorando quedos,


dar pedacitos de pan fresco a todos.


Y saquear a los ricos sus viñedos


con las dos manos santas


que a un golpe de luz


volaron desclavadas de la Cruz.






¡Pestaña matinal, no os levantéis!


¡El pan nuestro de cada día dánoslo,


Señor...!






Todos mis huesos son ajenos;


¡yo tal vez los robé!


Yo vine a darme lo que acaso estuvo


asignado para otro;


y pienso que, si no hubiera nacido,


otro pobre tomara este café.


Yo soy un mal ladrón... ¡A dónde iré!






Y en esta hora fría, en que la tierra


trasciende a polvo humano y es tan triste,


quisiera yo tocar todas las puertas,


y suplicar a no sé quién, perdón,


y hacerle pedacitos de pan fresco


aquí, en el horno de mi corazón...







La aparición de Trilce constituirá para América la concretización de un proceso vanguardista que no estaba solo ligado a Europa, sino también, al espacio americano, más precisamente peruano. Para Vallejo, los vanguardistas que experimentaban en las formas de acuerdo a sus maestros europeos, copiando modelos, arquetipos y abstracciones no constituían un vanguardismo en sí, sino, por el contrario, un reflejo de la postura estridente y marcadamente enajenada.




Por esta razón, Vallejo constituía en su discurso poético frases hilvanadas de su contexto serrano, temas universales con aderezos localistas:





Trilce I





QUIÉN HACE TANTA bulla y ni deja


testar las islas que van quedando,


poco más de consideración


en cuanto será tarde, temprano,


y se aquilatará mejor


el guano, la simple calabrina tesórea


que brinda sin querer,


en el insular corazón,


salobre alcatraz, a cada hialóidea


grupada.






La ideología política en Vallejo lo llevó a participar intelectualmente en la Guerra civil española. Apoyó decididamente al ejército republicano, sus cantos de solidaridad son considerados, junto a los versos de Neruda de España en el corazón, como los más grandes escritos hacia el pueblo español. España, aparta de mí este cáliz, constituye, sin duda, la perfecta armonía entre la poesía comprometida y el concepto estético.






MIRÉ EL CADÁVER...


Miré el cadáver su raudo orden visible


y el desorden lentísimo de su alma;


le vi sobrevivir; hubo en su boca


la edad entrecortada de dos bocas.


Le gritaron su número: pedazos.


Le gritaron su amor: "¡más le valiera!"


Le gritaron su bala: "¡también muerta!"






Y su orden digestivo sosteníase


y el desorden de su alma, atrás, en balde.


Le dejaron y oyeron, y es entonces


que el cadáver


casi vivió en secreto, en un instante;


mas le auscultaron mentalmente, ¡y fechas!


llorándole al oído, ¡y también fechas!






Su muerte estuvo bajo la sombra de la miseria y la enfermedad. Su compañera Georgette Philippart y su amigo Raúl Porras Barrenechea publicaron los póstumos Poemas humanos.

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